sábado, 14 de mayo de 2011

ROCES

“¡No te vayas, quédate conmigo!”

Sintiendo tu simple roce mi alma se estremece. Tu contacto me devuelve de nuevo la vida. Por un leve instante siento que los sueños rotos cicatrizan, y han tomado tu cuerpo y forma de mujer.

Mi desierto de soledad estéril reverdece. Es sólo un roce, un inofensivo roce, que me recuerda mil sensaciones ya vividas, y un instante que quisiera vivir contigo eternamente.

Me permito la libertad de imaginar que tu cuerpo siente lo mismo y que te traiciona. Que también me buscas y me deseas. Es sólo un roce inofensivo pero prohibido. Pero más allá de las leyes de los hombres todo está permitido.

Por unos breves instantes te miro a los ojos y me devuelves una sonrisa. Mi espíritu se ruboriza ante tus ojos iluminados y mi mirada se aparta temiendo que en ellos leas la verdad de mi anhelo y la pasión que por debajo de la piel me inspiras. Quisiera que esta noche te quedases conmigo y te reclinaras a mi lado, perdiéndonos en un abrazo donde ningún ropaje estorbara la magnitud de esas sensaciones.

Yo estoy solo y tú estás sola, ¿qué hay más natural que el hecho de buscar nuestra mutua compañía? Siento el deseo de sentir tu abrazo y acariciar tu rostro. El deseo de colmarte de besos. Notar el sabor de tu boca. Beber del licor de tu sexo.

La sensación agradable que me provocas con tu simple contacto me adormece y embriaga, cerrando los ojos y sintiendo e imaginando, por un momento, que estamos tú y yo solos, libres de todos los prejuicios, cadenas, obligaciones y orgullo que nos ha impuesto nuestra propia humanidad.

Y entonces, por un instante, siento que tu cuerpo se aparta del mío. Te sujeto suavemente por la manga de tu brazo, te retengo, y de nuevo, delicadamente acerco tu cuerpo a mío. “¡No te vayas, quédate conmigo!” No me oyes, pero es mi corazón que te suplica. “¡No te vayas, quédate conmigo!” Hoy todo nos está permitido.

Y es sólo un roce, pero para mí es mucho y significa todo. Sentir tu mirada y ver tu sonrisa. Verte esposada en un juego inocente. Saber que de algún modo tú me comprendes.

Me comprendes desde tu soledad y tu dolor quebrado. Me comprendes por la muerte que también tienes que soportar en esta vida. Tú, que también soñaste y acabaste por perder la ilusión de un sueño al que llamaban amor, pero que sabes que es un sueño que por alguna parte aún vive y perdura.

Y yo creo comprenderte, y quisiera darte lo que has perdido o lo que nunca te han dado pero que creo que te mereces. Que desde esa tristeza neutral e inerte que siento, al contemplarte vuelvo a sentir la alegría.

Tú eres el roce y la caricia que me devuelve la vida.

Y ahora sólo me queda esperar. Esperar con que llegue un nuevo un instante, una nueva oportunidad, en el que se repita ese momento. El momento corto e intenso en el que se rocen de nuevo nuestros cuerpos.

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