viernes, 15 de abril de 2011

DÍPSIDO ESTRUNQUE

Dípsido Estrunque era un extraño personaje. Decían que provenía del mundo de los cuentos y que no era real; que era sólo una criatura de mi exceso de imaginación. No sabría deciros, yo oía su voz cuando me hablaba; si con los oídos o el corazón, no lo sé. Pero Dípsido era real, tan real como puede serlo un pensamiento...


Nunca sabré exactamente cuando lo ví por primera vez. Tengo la impresión de que siempre estuvo ahí, ya desde mi cuna, mi más tierna infancia, y raro era el día que no recibía su visita o lo veía merodear por algún solar cercano a casa en aquella época en que vivía en el campo. Comía de las sobras que encontraba al pie del edificio, donde la gente arrojaba los restos de comida desde sus ventanas para solaz de los gatos, y yo, cuando él me acompañaba, a menudo le lanzaba las migajas de aquellos almuerzos envueltos en papel de aluminio que me hacía mi madre, cuando no me apetecía comérmelos. Nunca hizo muchos ascos a nada que le ofreciera, eso os lo puedo asegurar, aunque sé que sentía cierta debilidad por los pétalos de rosa, que crecían al pie de una cerca que envolvía parte del edificio donde vivíamos. Siempre me extrañó que mi familia no lo viera cuando comíamos, cuando después de introducirse por la ventana, merodeaba debajo la mesa en busca de alguna vianda extraviada, ya fuese un trozo de longaniza o una oliva caída.

A medida que fuí creciendo, también fue creciendo Dípsido. Dípsido Estrunque era un extraño hombrecito. Sin duda no era humano. Su tamaño, sus orejas puntiagudas y su larga barba lo delataban. Iba siempre desnudo, descalzo, y sólo llevaba su sombrero rojo hecho de alguna extraña piel. Era parco en palabras, y al principio me evitaba a menudo cuando me dirigía directamente a él, pero con el tiempo las cosas fueron cambiando.

Al marchar del campo para ir a la ciudad, por motivos de trabajo de mi padre, las cosas se hicieron distintas. Creo que por un tiempo una gran tristeza se apoderó del corazón de Dípsido Estrunque. Lejos de los abundantes árboles silvestres y del río, sin la compañía de los gatos que ha menudo habían comido junto a él, poco a poco se fue apagando su mirada, y parecía triste. En aquellos tiempos se pegó más a mí y al resto de mi familia, que parecía ignorar su existencia, como si buscase la compañía del calor humano, apartado de la naturaleza que hasta aquel tiempo lo había acompañado. Pero recuerdo que por aquel entonces tampoco me hablaba demasiado.

Ya en los albores de mi adolescencia, cuando me veía filosofar con mis amigos se acercaba silenciosamente y escuchaba. Poco tenía que decir, y cuando lo decía yo debía repetir sus palabras, ya que parecía que nunca nadie lo escuchaba, pero a mí siempre me gustó que sus opiniones también fueran tenidas en cuenta. Se salían de toda lógica, pero, sin embargo, cuando yo repetía sus palabras la gente callaba y me miraba extrañada, aunque siempre reconocieron que sus argumentos eran totalmente razonables y muy lógicos. Puedo decir así, que aunque extraño en su modo de hacer, no era una criatura estúpida, ni mucho menos. Simplemente veía la realidad de otro modo.

Pocas veces se dirigía a mí directamente, pero sin embargo, me dijo en alguna ocasión que yo era su única compañía en este mundo, así, como quién lanza su discurso al vacío. Que yo era única persona que lo veía, porque era el único que estaba dispuesto a verlo. Que se sintió atraído por mí desde que nací al sentir mi curiosidad y amor por el mundo, y ver que entonces mis ojos se posaban en él, cosa que no había hecho ninguna otra criatura, excepto los gatos. Nunca supe que contestarle a eso, ya que nunca me he sentido muy distinto a cualquier otro ser humano, y hasta entonces había llegado a pensar si Dípsido no sería tan sólo producto de mi imaginación.

Un día le pregunté directamente si era real, y la única respuesta que de él obtuve fue ésta: "¿Hasta que punto una cosa es real? ¿Es real una idea? ¿Es real un sentimiento? ¿Es real el amor? Si tú crees que todo eso es real, entonces te diré que sí lo soy..."

Pensé sobre ello durante días, medité, reflexioné y le dí vueltas a mi cabeza. Al final me convencí de que sin duda Dípsido Estrunque era real. Tan real como puede serlo una idea. Tan real como puede serlo la imaginación.

Así que señores, si quieren, denme el vaso y las pastillas y sepan que me tomaré mi medicación. Y si me lo piden, haré como que no existe. Pero entiendan que Dípsido continuará conmigo porque yo jamás estaré dispuesto a renuciar a mis sueños.

De otro modo, señores, deberán matar mi alma.

¡A su salud!

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