lunes, 14 de marzo de 2011

LLUVIA

Hoy he contemplado la lluvia caer desde detrás de un cristal, y ahora, mientras escribo, escucho el repiqueteo del agua contra el suelo mojado... La lluvia siempre me ha causado esa sensación de bienestar especial al contemplarla, escucharla o sentirla sobre mi piel... Una sensación de paz, calma, purificación y melancolía.


¿Qué poder tiene la lluvia que me hace sentir así? Un aguacero o un chaparrón me hace experimentar una especie de añoranza muy diferente a ese tipo de recuerdo triste que puedo sentir un domingo por la tarde en el que uno no sabe muy bien que hacer o en que emplear el tiempo. Es una especie de nostalgia que me mece y me acuna; que me cuida. Libre de la tristeza característica de un recuerdo pasado, un amor que parece que nunca llega o el sueño de una tierra olvidada en la que creo que debería estar, ya que no deja de ser producto de mis sueños.

Contemplo la lluvia y me pierdo con ella. El corazón ya no llora, porque cada gota de lluvia es como una lágrima que la naturaleza derrama por mí. Cada gota, una lágrima que me ahorra. La lluvia se lleva mis penas, mis pesares, y cierta nota de alegría, felicidad y bienestar se prenden en mi alma.

A veces, la lluvia viene acompañada de enormes nubes que oscurecen el cielo rápidamente, como si cayera una oscuridad absoluta, repentinamente. Es una tormenta acompañada de viento, rayos, relámpagos y el fragor del trueno salvaje. Es una de esas tempestades primigenias que parece querer devorar la tierra. Un grito de la naturaleza que reactiva mis sentidos y eriza mis pelos. Que revuelve mi corazón entre la inquietud y la alegría y me pone a la expectativa. Ese tipo de tormenta que, cuando estoy en casa me invita a meterme en la cama y dormitar escuchando el rumor del cielo, o que cuando me pilla en la calle, el campo, el bosque o montaña, me hace correr a toda prisa en busca del refugio más cercano.

¡Qué momentos cuando corro bajo la furia de los elementos! ¡Como de vivo, me siento, entonces! Quiero huir, escapar, pero siento a la vez la alegría salvaje del espíritu liberado, sólo la tormenta y yo. Con la tempestad y furia de la naturaleza, parece escapar mi alma. Otra vez vuelvo a ser parte de aquella naturaleza olvidada.

Y si me pilla una gran tormenta o chaparrón de este tipo, sin vía rápida de refugio o escape, y me deja totalmente mojado, ya no hay prisas. Me sumerjo en ella, piso los charcos y las corrientes que forma el agua, y disfruto como un niño del barro que me deja empapado... Cuando llegue a casa ya disfrutaré del placer de un buen baño caliente...

La lluvia me purifica. Mis pensamientos discurren y escapan encima de los pequeños riachuelos y canales de agua que se forman cuando el agua se acumula. Mi vista sigue el agua que escapa por caminos que ella sabe encontrar de forma natural. La tierra queda saturada incapaz de absorber tanta agua. En las ciudades, la basura es arrastrada...

Pasa la tormenta y, si respiras, el aire tiene otro aroma. Después de un buen aguacero, el alma también cambia momentáneamente renovada.

Que buena es la lluvia cuando, sin prisas, puedes disfrutar de ella.

Calma, paz, vida, sosiego, naturaleza...

Con lluvia, ya no llora mi alma porque la naturaleza ya se encarga de hacerlo por mí. Y entonces, sólo puedo sentirme calmado, exultante, feliz o, simplemente, vivo.

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