jueves, 4 de octubre de 2012

Recuerdos de París: EL CEMENTERIO DE MONTMARTRE


Texto: Joan Ramon Santasusana Gallardo.
Fotografías: Sandra de Montserrat.


La paz y quietud que transmite el interior del cementerio de Montmartre, donde en parte se respira la decadencia de las tumbas y mausoleos abandonados, y en parte se siente la sensación de que una parte mágica de la naturaleza está resguardada y protegida entre las tumbas de los hombres, le confiere a este cementerio surcado de laberínticas avenidas y senderos, un aire místico, relajante y, a momentos, irreal.


Visitamos este cementerio, mi amada mía y yo, una tarde calurosa y soleada de agosto, y bajo la sombra de sus enormes árboles, donde se oía el ocasional graznar de las cornejas y el arrullo de unas pocas palomas, pudimos encontrar el frescor que no habíamos hallado en las concurridas calles del bohemio barrio de Montmartre durante la mañana.


Paseamos entre las tumbas, leyendo aleatoriamente nombres de personas y las fechas que enmarcaban fríamente el tiempo de sus vidas, observando algún ocasional retrato pintado o alguna foto desdibujada de los que aquí habían sido enterrados, y con nuestras mentes intentamos reconstruir algunas de las historias de esas vidas perdidas. Tumbas de ancianos y niños, pintores y músicos, militares y filósofos... Al final nadie escapa de la muerte…


La hiedra, los líquenes y el musgo cubrían lápidas y tumbas, determinando que al final no importa el lugar, la naturaleza siempre reclamará de nuevo su lugar, demostrando con su fuerza y tenacidad que la vida es tan imparable como la muerte a la hora de abrirse paso.


Las cruces, flores de porcelana, cerámica o metal, así como falsa vegetación de plástico adornaban algunas tumbas a su pesar, sin poder combatir ni superar el verdor natural de las plantas que por allí crecían.


Vacías avenidas que separan diferentes zonas del cementerio, custodiadas por enormes árboles, algunas veces centenarios. ¿Cuantas vidas habrán visto pasar?


Las zarzas invadían algunos caminos descuidados...


A cierta altura, algunas lápidas parecían iguales, pero todas y cada una de ellas tenían pequeñas diferencias que eran observadas en silencio por las torres de algunos mausoleos de aspecto casi religioso y monumental.


Los colores daban cierto color, pero aún así se antojaban algo mortecinos y apagados frente al verdor de la vida...


Algunos tumbas estaban recubiertas de verdaderos mantos naturales que se antojaban como abrigos de los moradores de aquellas tumbas olvidadas.


Respirábamos el silencio y la calma...


Así, las muchas esculturas de hombres, mujeres, ángeles y bufones –algunos de ellos decapitados- parecían observar pacientemente el paso del tiempo, imperturbables, pero aún de este modo mostrando los rastros de la intemperie inclemente sobre sus desnudos cuerpos de piedra o metal.


Pequeños mausoleos que se levantaban como pequeñas catedrales góticas desprovistas de seguidores.


El silencio y la soledad... la soledad y el silencio acompañados por el susurro de las hojas de los árboles.


Ciudades de piedra, mármol y granito, habitados por figuras de piedra desgastada....


Naturaleza viva... para aquellos que descansan en su tumba.


Algunas flores rojas como la sangre parecían querer señalar que igual que la sangre se perdió, la naturaleza nos la entrega con sus flores.


Las esculturas impávidas parecen reflexivas...


Escaleras que suben y bajan llevándonos a distintos niveles...


Tumbas y más tumbas. Lugar de recogimiento y descanso. La paz puede hallarse en cualquier lugar.


La memoria de la cabeza de un ángel decapitado es una señal más de como las cosas perecen, e incluso la roca acaba cayendo.


Las reflexiones de un bufón ante el dilema de la vida y la muerte.


Tumbas que se antojan como altares...


Lápidas que se antojan como verdes prados o junglas en miniatura...


Esculturas que se muestran tristes...


Las flores rojas son una mancha llamativa...


Lo antiguo se cruza extrañamente con lo moderno.


 Un pequeño ángel nos recuerda que incluso en este lugar descansan los cuerpos sin vida de jóvenes y niños.


La mirada al cielo quiere ser una muestra de esperanza...

 

Impasibles a todo, los gatos pasean entre las tumbas y contemplan el paso de los hombres y del tiempo.


Un lugar mágico, donde los gatos se movían con calma pausada y felina, descansando sobre las lápidas, observando pacíficamente nuestro paso con sus enigmáticos ojos, imprimiendo así un toque más de magia y misterio.


Acaso se antojan, algunos gatos, como los guardianes de las tumbas, vigilantes de las almas, o ellos mismos un alma perdida.


Aún así, colaborar en la magia y encanto del lugar.


Mirada mística...


Y allí, entre tumbas y el verdor de la naturaleza, Sandra y yo nos contemplamos a los ojos, y descansando en un banco de madera, nos besamos…


No hay comentarios:

Publicar un comentario