miércoles, 27 de agosto de 2014

EL TREN ENTRE MUNDOS (UN SUEÑO)

Nota: Puede que este sueño haya surgido porque sí, sin ningún motivo, como sucede con muchos sueños, pero me inclino a creer que todo él ha venido inducido porque esa misma noche –hablo concretamente de la madrugada del 26 de agosto de 2014-, estuve actualizando en este mismo blog un artículo que gira entorno a mis propios sueños, “El onironauta - Experiencias oníricas en el Mundo de los Sueños”, en el que describo diversas criaturas y monstruos con los que alguna vez he soñado... Y puede que este sueño también se viera influenciado por las imágenes y fotografías de las esculturas fantásticas del Bosc de Can Ginebreda, que visité el día anterior, algunas de las cuales, ciertamente, tienen la apariencia de criaturas lovecraftianas. Sea como sea, ha sido un sueño alucinante, un viaje a través de mundos y dimensiones, cuyo hilo conductor era un enigmático túnel o portal del cual surgía una extraña locomotora de vapor que no parecía estar pilotada por nadie, salvo sí misma; un tren seguido de viejos vagones que dejaba a todos aquellos pasajeros que subían a él en lugares no imaginados. Éste ha sido el sueño...


Esta noche he soñado. He tenido un sueño como aquellos que hacía tiempo que no tenía: intenso, vivido, pura aventura, con dosis de misterio, terror y fantasía. Un sueño delirante pero sólido, que combinaba criaturas lovecraftianas y seres de pesadilla, búnkeres científicos abandonados, una misteriosa locomotora de vapor cuyo destino eran otras dimensiones, extraños híbridos animales, hombres bestia y semihumanos. Visitas a mundos vírgenes, a un salvaje oeste que combinaba una estética steampunk y cyberpunk, un planeta moribundo desde el que se divisaban misteriosas galaxias y que recibía la periódica visita de seres extraterrestres...

Era extraño. Éramos un grupo de científicos, soldados y qué sé yo. Ni siquiera sé que hacía yo metido en ese grupo. Había ido a parar allí atraído por una misteriosa oferta de trabajo, como tantos otros, y juntos teníamos que emprender nuestro camino desde la estación de una pequeña población de un país desconocido de América Central. Allí tomamos un tren, una antigua reliquia formada por una vieja locomotora de vapor y unos pocos vagones de madera deslustrada. Juntos emprendimos la marcha, atravesando montes, túneles y montañas, hasta que después de atravesar un largo túnel que se nos antojó interminable, como si hubiese caído la noche, el tren nos dejó en lo que parecía ser una estación abandonada, llena de óxido y cemento cuarteado.

Aquel lugar no parecía ser el cálido sitio que esperábamos encontrar en un país de América Central, sino más bien un lugar frío, inhóspito. Desconocido. El paisaje parecía estar atrapado entre montañas por el norte y el oeste, por una amplia llanura rocosa por el este, y en el sur, por un mar que se extendía sereno y calmo. Un mar que, según todos los pronósticos y mapas, no debería estar allí. Habíamos descendido del tren, y la locomotora ya se había alejado siguiendo las vías hacia un horizonte que se nos antojaba desértico e infinito.

No recuerdo que hacíamos exactamente en ese lugar, ni que se esperaba que hiciéramos, allí. Alguna especie de excavación arqueológica e investigación de campo. Pero nadie sabía que lugar era aquel, porque aquel no era el destino esperado. Finalmente, sin nada  mejor que hacer, decidimos investigar aquel lugar vacío y desolado, y fue así como hallamos una serie de búnkeres y edificios abandonados, y vestigios de una antigua jungla tropical que se hallaba resguardada en el interior de los edificios derruidos que se hundían varias plantas hacia el interior de la tierra. El resto, el exterior, se antojaba desértico pero frío, y sólo aquí y allí asomaba algún arbusto o árbol raquítico.


Al principio creímos que aquello era un viejo pueblo o una vieja colonia minera dejados a su suerte, devorados por los elementos, como ocurre a veces con algunas bases científicas, marinas o militares en zonas remotas. Algunos indicios nos hicieron sospechar que quizás nos hallábamos en la Antártida, aunque eso fuese materialmente imposible. De América Central a la Antártida en tren, y en apenas unas horas. ¡Imposible! Aunque se barajó alguna teoría de la tierra hueca, y bases antárticas secretas creadas por los nazis en la II Guerra Mundial. Pero habían algunos árboles dispersos entre las montañas vacías, y en el antártico no hay árboles, ni mucho menos restos de jungla.

Fuera como fuese, después de investigar el exterior de aquel pueblo, decidimos internarnos en los búnkeres vacíos, descendiendo a través de las plantas que se hundían en la tierra que daban acceso a su interior. Y allí descubrimos un complejo científico de grandes dimensiones, de varias plantas subterráneas construidas con hormigón armado, cuyas paredes parecían cubiertas de maquinaria y ordenadores obsoletos. Algunas hojas y libros aquí y allí hacían alusiones a extraños experimentos y criaturas. Los científicos del equipo decidieron investigar el asunto, pasando allí los días y noches enteros, mientras que el resto de la expedición, al caer el sol, iba a descansar en el pueblo o base abandonada, cerca de las vías de la vieja estación abandonada donde nos había dejado aquel tren.

Para entonces ya habían pasado muchos días, y nada indicaba que fuera a pasar el tren que nos había dejado abandonados a nuestra suerte jamás. Durante días esperamos el tren, y el tren no apareció. Empezamos a creer que estábamos en otro mundo, que aquella locomotora que se nos había antojado antigua, era algo más que sólo un tren. De hecho, en las veladas alrededor del campamento empezamos a atar cabos. No estábamos en el lugar en que creíamos que deberíamos estar, de eso no había duda, y ni mucho menos en la tierra en la creímos estar. Allí había un mar siempre en calma, un mar que no debería estar allí, y el viento jamás soplaba. Seguimos las vías del ferrocarril durante kilómetros, durante días, siempre recorriendo paralelos a la orilla del mar, hasta que en una curva de la costa, las vías continuaban su camino hacia una extensa planicie rocosa sin fin, semejante a los campos estériles de Marte, de piedra rojiza, y por el otro lado la costa continuaba su recorrido hacia el sur. Las aguas del mar parecían estar muertas, aceitosas, aunque en ocasiones nos pareció vislumbrar bajo las aguas enormes criaturas semejantes a serpientes y algún calamar gigante. Ni un pájaro en el cielo eternamente gris. La única vida de aquel erial parecía hallarse en las pequeñas junglas que se hundían en la tierra, allí donde el subsuelo de los viejos búnkeres se había hundido.

Para entonces, algunos de los miembros de la expedición, ya habían empezado a desaparecer misteriosamente en la oscuridad de aquel enorme complejo subterráneo. La inquietud se apoderó de nosotros. Empezamos a buscar armas y víveres en las ruinas del lugar, pues teníamos la sensación que algo se ocultaba en aquel lugar, acechando.


Efectivamente, pronto descubrimos los cuerpos muertos de criaturas repugnantes. Eran como enormes trozos de carne entumecida y putrefacta, como enormes gusanos que medían entre un metro y medio y dos metros y medio. Parecían muertos, pero pronto descubrimos que algunos de ellos estaban vivos, y cuando sus cuerpos infectos se abrían, de ellos surgían tentáculos y vísceras dispuestos a devorar a los desprevenidos. Disparos, muerte... ¡una carnicería! Sólo el exterior parecía seguro, pero allí no había alimentos y el frío amenazaba con congelarnos, a pesar de que alrededor nuestro habían pequeños bosques de apariencia tropical, como un pequeño oasis surgiendo de la tierra semiderruida.

Empezamos a temer la oscuridad. Los únicos alimentos procedían del pequeño oasis selvático que crecía en aquellos lugares en que las ruinas subterráneas que se habían derrumbado. Allí había vida, alimentos, pero para llegar a ella debíamos bajar por las plantas, pasillos y túneles oscuros, y allí el mal acechaba. Al caer la oscuridad algo parecía apoderarse de la atmósfera de ese mundo, no ya lugar, pues sospechábamos ya que esa no era nuestra Tierra. Otra Tierra, quizás, pero no nuestra Tierra.

De vuelta a la base, en el exterior, cerca del pueblo y la estación abandonados, nuestras miradas señalaban al extraño túnel a través de las montañas, del cual había surgido el tren, para dejarnos en ese lugar. Era un túnel rocoso, excavado en la roca viva, cuyo final en el interior de la tierra no se veía. A su alrededor, algunas hierbas y líquenes, y unos pocos árboles raquíticos y retorcidos, sin señales de vida animal alguna. Nos adentramos en él durante horas caminando, pero no parecía tener final, y temíamos que allí también acechasen criaturas subterráneas.

Los días pasaban, y en ocasiones, aquel misterioso tren hizo su aparición a gran velocidad, sin detener nunca su marcha, sin hacer ninguna parada, siguiendo su trayecto o su camino hacia un destino o destinos desconocidos... No pudimos hacer nada para detenerlo, pero finalmente decidimos poner una guardia a la salida del túnel, para que nos advirtiera de su llegada.

Comprendimos que aquel tren nunca paraba, que no podíamos detenerlo, sino que teníamos que subir a él a toda marcha si queríamos regresar a nuestro mundo. El túnel era un portal entre mundos, pero la locomotora y sus vagones eran el medio para cruzar el portal.

El tren pasó en dos ocasiones, pero tal era su velocidad, que era imposible subirse a él a su paso por la estación abandonada. Los científicos habían calculado que aquella vieja locomotora con sus vagones destartalados circulaba a una velocidad superior a los trescientos kilómetros por hora. Sólo ralentizaba su velocidad en el interior del túnel, así que finalmente decidimos apostar en la boca de salida un pequeño campamento, y esperar a que este apareciese de nuevo.

Los días pasaron, pero finalmente, un día, el tren apareció. Oímos su llegada, y avisamos tan rápido como pudimos a la gente del equipo que aún permanecía en la aldea. Ayudándonos de cuerdas pretendíamos frenar su entrada a aquel mundo, y subir de nuevo a él. Al menos subir aquellos que pudieran lograrlo, y una vez en ruta, ya buscaríamos un modo de volver a ese lugar con ayuda.

Las cuerdas no detuvieron al tren, pero si que lograron frenar su velocidad. A la carrera, ayudándonos unos a otros si teníamos la ocasión, la mayor parte del grupo superviviente conseguimos subirnos a la locomotora a la carrera, pero una chica quedó rezagada. El viejo tren la dejó atrás antes de tomar velocidad de nuevo. Quedó atrás abandonada. Aquel tren viejo, como surgido de otra época, se alejó y desapareció en la lejanía, dejando tras de sí una vía vacía que parecía infinita. Juramos que volveríamos.

Fue entonces cuando descubrimos que nadie dirigía aquel tren infernal, que iba sin piloto, y no había ningún modo humanamente posible de frenarlo. Sus calderas siempre ardiendo, quizás alimentadas por algún tipo de fuego infernal. Había algo de magia en ello. De ciencia y de magia. El concepto mismo de un tren que viajaba entre mundos se nos escapaba.


En los vagones, hallamos extraños pasajeros, humanos de ropajes extraños y desconocidos y criaturas que no eran de este mundo. Nadie conocía exactamente su destino, nadie sabía de donde provenía este tren, ni quién lo había fabricado. Algunos hablaban de una raza extraterrestre antiquísima, otros, del mismo Diablo, que con él capturaba y llevaba a lo desprevenidos hasta el infierno.

Era difícil decidir cuando saltar. En ocasiones los mundos que se entreveían fuera eran totalmente alienígenas, a veces muy semejantes a nuestro mundo, pero algunos detalles nos hacían dudar. En el interior de aquellos vagones, el tiempo no parecía pasar. Un día, sin embargo, el tren pareció pasar por la misma estación donde lo habíamos tomado una vez, y bajamos de regreso a nuestro mundo.

Aunque pronto descubriríamos que habían pequeños detalles que nos hacían sospechar que aquella no era realmente nuestra Tierra. Muy parecido a nuestro mundo, sí, pero no el mismo. Una Tierra paralela, quizás. O recuerdos alterados. Pero fuese como fuese, habían pequeños detalles que habían cambiado: el color de una habitación, amigos que ya no te conocían, y conocidos que nunca habíamos conocido… Uno de los supervivientes de esta experiencia no fue reconocido por sus padres, pues aseguraban que nunca habían tenido un hijo, como si realmente nunca hubiese existido.

Pronto descubrimos que los supervivientes de aquel mundo no encajábamos en éste. Y teníamos que emprender la búsqueda de la amiga que había quedado abandonada.

En el otro mundo, la chica que había quedado atrás pensó que en el próximo intento lo conseguiría. Quizás sus compañeros regresasen con ayuda, pero quizás no. Espero, pero, efectivamente, cuando el tren reapareció, logró subirse a aquel tren imposible. Allí, al contrario que sus compañeros, se encontró con los vagones vacíos, sin nadie que la informase de como funcionaba todo aquello, aquella locomotora infernal que atravesaba dimensiones y mundos.

Tras lo que se le antojó una infinidad de tiempo viajando, su parada la condujo a una tierra diferente a la que había dejado atrás, aunque extrañamente su geografía parecía ser la misma: al norte y oeste, una cordillera montañosa; al este, una llanura infinita, y en por el sur, corriendo en paralelo junto a las vías, el extenso mar, con sus playas.

El tren paró en medio de aquella llanura herbácea donde, aquí y allí, habían diseminados extraños árboles semejantes, aunque no iguales, a los baobabs africanos. El clima era cálido, pero agradable, casi templado se diría. Aquella región parecía estar poblada por una abundante fauna híbrida, animales extraños que inmediatamente hacían pensar inmediatamente en una aglomeración de dos especies distintas de animales terrestres. Todo ello indicaba que sin duda no estaba en la Tierra, o más concretamente en la Tierra de donde ella procedía. Desde el ventanal del tren observaba las playas donde extraños delfines pinnípedos salían de las aguas marinas para descansar en las playas. En la planicie, los gallifantes de cuerpo gris, con cabeza de gallo y piel coriácea, pacían entre la hierba, entre grupos de goristruces de cuerpo simiesco y  largos cuellos rematados con cabeza de avestruz que comían semillas, y manadas de avestruleones de corto cuello descansaban bajo la sombra de los árboles mientras acechaban a sus presas con la mirada...


Las horas pasaban, mientras el tren permanecía parado en aquella inmensa llanura, y el sol no parecía descender, como si allí los días fuesen más lentos. El hambre empezó a hacer mella en la muchacha, que registró los vagones vacíos buscando comida. Finalmente, se aventuró a bajar del tren sin alejarse demasiado, buscando algún tipo de alimento. Fue una mala idea, pues de repente, sin saber como, pronto se vio rodeada por una manada a avestruleones acechantes que le cortaban el paso, impidiéndole regresar al tren. Nunca habían visto a una presa así, una muchacha humana, por lo que se mostraban cautos y temerosos, pero poco a poco se acercaban a ella, acechándola, cerrando el cerco, preparándose para el ataque, volviéndose más osados. Entonces, el tren arrancó, pero en aquella situación, frente los avestruleones, esa se convirtió en la menor de las preocupaciones de la chica.

Los avestruleones, por su constitución, recordaban más a un lobo que no a un león, y su tamaño era un tamaño intermedio entre esas dos criaturas. Sus cuerpos semejaban los cuerpos de cánidos sin pelo –aunque en realidad estaban cubiertos de un corto y fino vello- armados de garras felinas, aunque con unas uñas mucho más largas que las de cualquier felino. Su corto cuello macizo estaba rematado por una cabeza semejante a la de un avestruz.

La muchacha penetró en la inmensa playa arenosa y se adentró dentro de las frescas aguas marinas, esperando que estas criaturas temieran el mar, pero no era el caso, y un avestruleón más temerario que el resto, temiendo que su presa fuera a escapar, se arrojó contra la chica con sus garras extendidas... sólo para ser detenido en seco en pleno aire por el fuerte puño de un enorme ser homínido de aspecto simiesco. Ante su aparición, todos los avestruleones huyeron temerosos.

Era éste un ser semejante a un enorme homínido que media alrededor de dos metros, aunque su cuerpo estaba cubierto de un espeso vello de aspecto anaranjado, y su rostro tenía algo de simiesco, pero a la vez felino. Sus brazos era fuertes, macizos, proporcionalmente algo más largos que un brazo humano. Pero algo le indicó a la chica que aquello era un hombre, de otra especie quizás, pero un hombre que había evolucionado en este mundo tan diferente a la Tierra y más salvaje.

Mientras, el resto del grupo, en su propia Tierra, si es que aquella era realmente su Tierra, ya que no parecían encajar del todo con ella pese a ser un duplicado casi perfecto, había decidido emprender el viaje para recuperar a la muchacha que había quedado perdida. Sin embargo, el viaje en aquel tren imposible era arriesgado, aleatorio. ¿Eran todos los mundos terroríficos e inhóspitos? ¿Podíamos llegar a un mundo de atmósfera irrespirable accidentalmente y morir? Todos esos mundos parecían ser algo ariscos con el hombre, pero a través de aquella locomotora entre mundos, podía hallarse quizás un auténtico paraíso. Sabíamos como encontrar de nuevo aquel tren, en que estación esperar, aunque desconociéramos cuando aparecería de nuevo.

(A partir de este punto, el sueño se vuelve mucho más confuso. Recuerdo viajar de nuevo en el interior del tren, entre mundos.)

El grupo pronto descubriría una nueva sorpresa. Tras salir de un túnel y realizar una parada, pronto descubrimos que el simple hecho de bajar de un vagón u otro del tren, cada vagón conducía a distintos mundos. Fue así como, accidentalmente, el grupo se separó de nuevo.

Yo llegué, así, a un mundo desértico con las mismas características geográficas que el anterior –montañas al norte y al oeste, llanura al este y un extenso mar al sur-. Allí había una ciudad que parecía surgida de un viejo western, pero era a la vez era una especie de salvaje oeste extraño y fantástico, de aspecto retrofuturista. Allí, en grandes herrerías, la tecnología de vapor, el estudio de los campos magnéticos y de la energía eléctrica Tesla se combinaba con la ciencia cibernética y ordenadores de aspecto obsoleto.


La ciudad estaba habitada por humanos, pero también por algunas razas fantásticas como elfos, enanos y orcos, que convivían entre ellas, algunos de ellos armados con sus pistolas, sus brazos cibernéticos o sus implantes oculares. Era un mundo anárquico, algo desolado, desértico, aunque en aquella ciudad todos parecían convivir más o menos en paz.

(Recuerdo vagamente la búsqueda infructuosa de la compañera perdida, y visitar parte de las llanuras del lugar, pero poco más.)

Por otro lado, habiendo bajado por otro vagón, algunos de mis viejos compañeros de viaje fueron a parar a un mundo de eterna noche y oscuridad, sin sol, que sin embargo estaba constantemente iluminado por las estrellas y la luz que desprendía el brazo de una enorme galaxia. Era un mundo vacío, conformado por montañas y montañas de basura, que tras siglos de estar expuesta a la intemperie había acabado limpia de toda suciedad, conformando el paisaje. Entre la humedad de esa basura, en pequeñas charcas, o las pequeñas corrientes de agua, se deslizaban pequeños anfibios urodelos albinos semejantes a pequeñas salamandras. Como en los otros mundos, se repetía la misma geografía de montañas, llanura y mar; un mar que centelleaba bajo la luz de esas mismas estrellas que iluminaban todo el firmamento, y la fluorescencia emitida por desconocidas criaturas marinas semejantes a anémonas y medusas.

Este lugar era visitado ocasionalmente por una raza extraterrestre de aspecto humanoide de pálida piel e inusitada altura, con enormes ojos oscuros, que sentían fascinación por aquella vieja locomotora que era capaz de atravesar dimensiones y viajar a lugares que esa raza jamás había alcanzado. En sus enormes naves oscuras de extrañas formas geométricas, rematadas con extrañas varas de metal, con sus tonos violetas y morados, y pequeñas luces brillantes que parecían estar vivas bajo lo que parecía ser una estructura casi orgánica, aquellos seres interestelares viajaban por la galaxia en busca de conocimiento.


(Aquí, de nuevo, el sueño permanece confuso en mi memoria, aunque recuerdo que hubo intenso dialogo con estas entidades extraterrestres que eran sólidas, pero a la vez vagamente etéreas. Tras esto, vislumbro distintos mundos y lugares visitados, y finalmente todos nos logramos reunir de nuevo, para irnos separándonos uno a uno, cada uno de nosotros buscando su mundo: no el mundo donde nacimos, sino el mundo al cual creemos pertenecer.)

Pronto descubrimos que el túnel por el que viajaba aquella locomotora permitía viajar a todo tipo de dimensiones, mundos, barreras, épocas y realidades paralelas o alternativas. Y quién buscaba bien, a través de aquel tren, podría hallar la felicidad y sus sueños más deseados en un mundo concreto: una familia, un mundo virgen que explorar, un mundo dedicado a la ciencia y al conocimiento... Pero había que correr el riesgo, puesto que buscando el paraíso, si uno se perdía, podía acabar condenado en un infierno.

(En este punto del sueño, en mi propia búsqueda desperté. Pero algo me dice que en mi propia búsqueda había hallado la felicidad y mis sueños, al dedicarme a descubrir nuevos mundos.)

Nota final: Este sueño tiene su significado, y en él vi rastros de distintas novelas y películas que han conformado mi mente, especialmente en lo relacionado con la atmósfera, combinándolas a su vez con algunas de mis aficiones. Algunos de los compañeros del grupo inicial de este sueño era gente conocida, y otra no, pero su aspecto era variable y sus papeles se intercambiaban, como a veces sucede en los sueños. Yo mismo, en un momento podía ser un personaje u otro dentro de esa historia. Sea como sea, fue un sueño que disfruté como hacía tiempo que no disfrutaba. Por cierto, y como nota curiosa, creo que el clima de cada mundo fue de acorde con cada momento de la noche, pues rcuerdo que esa noche pasé frío y calor paulatinamente, y ello influyó en la visión de cada uno de esos mundos.

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