jueves, 21 de agosto de 2014

URBEX: EL BÚNKER PERDIDO

Texto y fotografías: Joan Ramon Santasusana Gallardo.
Fecha: 15 de agosto de 2009. Lugar: En algún lugar del Ripollès, provincia de Girona, Cataluña, España.
Total fotografías tomadas: 44. Total fotografías publicadas: 23.
Si quieres saber qué es el urbex: Urbex: exploración urbana.
Si quieres ver otros archivos urbex: Archivos urbex.



En esta ocasión he querido recuperar unas viejas fotografías, hechas unos años atrás de un pequeño búnker que se halla situado en un lugar perdido de la comarca del Ripollès, a unos pocos kilómetros de la población de Nevà, cerca del refugio de Can Baldric de Dalt, escondido en el interior de una densa zona boscosa de pino rojo, cuyo acceso, aunque no es difícil, requiere de buena forma física, pues nos obligará a caminar un buen trayecto de pendiente a través de bosque y montaña. Partiendo del pueblecito de Nevà, subiendo a pie por un estrecho camino de aproximadamente 1,8 kilómetros, iremos dirección a Can Baldric de Dalt, un pequeño refugio de montaña actualmente cerrado. Este camino nos llevará aproximadamente un tiempo que oscilará entre 20-30 minutos.


El primer tramo del camino es el más fácil. Tras coger una empinada y fuerte curva, aún dentro del límite del pueblo, que ha sido reforzada con hormigón por lo empinada y difícil, empieza un camino pedregoso que sube a la montaña y va dejando el pueblo atrás. Es un camino que asciende suavemente el terreno, hasta llegar a unos pequeños prados desde cuyo lugar se tiene una buena visión panorámica del valle, y se puede contemplar perfectamente toda la montaña que aún queda por subir. Es un sitio despejado, donde unas cercas de alambre delimitan el terreno circundante. En este punto, el camino se divide en dos: una curva que sube hacia la última granja de la zona, y un camino largo y recto que desciende suavemente hasta el interior del bosque. Es éste el tramo de camino que deberemos seguir, pues una vez nos internemos en el bosque hallaremos el sendero que sube hasta Can Baldric de Dalt.


Al internarnos en el interior de la montaña boscosa y sombría, nos encontramos con una suave curva, donde el camino empezará un ascenso suave que poco irá volviéndose más empinado. Es un bosque fresco, tranquilo, que transmite paz y belleza; atravesado por algún ocasional arroyo de aguas cristalinas.


Es en este punto del camino donde un cartel nos indica que este es un espacio de interés natural, y no es difícil adivinar el porqué, ante las vistas que uno va encontrándose en el camino, donde la espesura del bosque tan sólo se ve interrumpido por el ocasional espacio abierto de algún pequeño campo agrícola. El acceso a partir de este punto del camino es posible en un vehículo, no es fácil. Un estrecho sendero pedregoso surcado de canales dejados por las aguas desbordadas de la lluvia son la pauta. Sin ir a demasiada velocidad, subiendo una empinada cuesta, la opción más fácil es subir a pie o en un todoterreno. Puede intentar subirse empleando un vehículo normal, siempre que no sea demasiado bajo, pero se corre el riesgo de que el coche quede fácilmente atrapado en algún lugar del camino.


Armándonos de paciencia, ascenderemos a través de diversos tramos y curvas del camino de distinto grado de ascenso, viendo como paulatinamente la vegetación cambia de una especie a otra. Podría decirse que el pequeño pueblo de Nevà cada vez queda más lejano a medida que vamos adentrándonos en la espesura.


Es después de un largo ascenso cuando, tras tomar cierta curva del camino muy cerrada, la última curva, de hecho, podremos por fin vislumbrar, saliendo de un recodo del camino desprovisto de árboles, Can Baldric de Dalt.


Can Baldric de Dalt es una vieja casa construida con piedra y madera (ésta última en su interior) que tiempo atrás estuvo disponible para algún centro excursionista y fue refugio y punto de encuentro de muchas personas. Pasé aquí muchas temporadas de verano e invierno, desconectando del mundo, en pleno corazón de la naturaleza. Aquí, la única luz eléctrica disponible era la que podía ser generada mediante un generador eléctrico de gasolina, y la única agua caliente disponible era la que podía calentarse con una bombona de butano. Era el lugar ideal para aquellas veladas en las que, al caer la noche, nos reuníamos alrededor de una mesa para jugar a cartas o algún juego de mesa, o nos disponíamos delante de la enorme chimenea de leña de la cocina para explicar historias de miedo, cuando por el frío no podíamos hacerlo en el exterior.


El punto en que este edificio está no tiene perdida, ya que sobre el dintel de la puerta de entrada principal hay un pequeño tablón de madera nos indica claramente el lugar donde estamos: "Can Baldric de Dalt".


Es precisamente desde este punto, en la parte delantera de la casa, donde hay una pequeña zona llana, donde puede verse una visión panóramica del lugar. Las montañas enormes, verdes, boscosas, y a lo lejos el pueblecito de Nevà o, tal vez, Planoles.


Sin embargo, no se detiene aquí nuestra ruta. Una vez llegados a la casa, deberemos continuar hacia adelante. Se abren ante nosotros algunos caminos y senderos, pero el que hemos de seguir pasa justo por delante de la entrada principal de la casa, y cuando avancemos, veremos que la casa va quedando atrás, enfilándonos de nuevo en el bosque.


Una vez dentro del bosque, seguiremos el camino de arriba, caminando aproximadamente durante un cuarto de hora. Veremos que en el bosque va cambiando lentamente, y los árboles de hoja caduca van dejando paso a las coníferas, siendo sustituidos por altos pinos rojos a ambos lados del camino


Finalmente el camino se acaba y desemboca en medio de un campo abierto rodeado de bosque.


Ésta es la zona que nos interesa. Una vez salgamos del bosque y dejemos el camino atrás, nos adentraremos a la pequeña pradera que hay en este lugar, fijándonos especialmente el lador derecho según salgamos del sendero.


Si se examina bien entre las hierbas que crecen en este campo, encontraremos unos pequeños mojones de piedra que marcan la zona. Debemos lograr dar con el mojón K 9, y en este punto, bajando campo a través, partiendo en linea recta, debemos internarnos en el bosque de pinos rojos, muchos de ellos retorcidos, que crecieron en la zona después de la construcción de este búnker.


Nos daremos cuenta que en esta parte del bosque, los árboles no son tan altos como los que hemos encontrado por el camino, sino más bajos y encorvados. El lugar parece más fresco y húmedo, la vegetación, fresca. Realmente es un sitio casi mágico, esta parte del bosque. Aquí, al contrario que en el resto de la montaña, los árboles están retorcidos, el suelo cubierto de ramas y troncos cubiertos de liquen y musgo, las zarzas y arbustos apoderándose del bosque... Las telarañas casi siempre llenas de rocío. En algunas zonas puede hacerse difícil caminar a causa de arbustos y algunos árboles caídos, pero en lo posible avanzaremos hacia el interior del bosque entre unos 50 o 100 metros.


En esta zona abundan enormes setas, lo que le da un toque más mágico y misterioso si cabe. No es extraño encontrarse hongos que miden más de un palmo de altura, aún en pleno verano. Ésta es una de las partes más silenciosas de la zona, lo que siempre produce una sensación inquietante.



Es en este punto donde, si vamos mirando a nuestro alrededor, encontraremos la entrada del búnker, que se hunde en pleno suelo. Si estamos cerca, no es difícil localizarla. Hay que examinar el terreno detenidamente, y desandar lo andado si no la encontramos. Si la hemos dejado atrás de largo, puede que al girarnos veamos la larga rendija o ventanal del búnker semienterrado, desde donde se vigilaba y se dispararían las armas en caso necesario. Pero es mucho más probable que antes de ver el búnker desde el exterior, antes nos encontremos con su entrada.


El búnker, que es de tipo fortín, al igual que todos los que hay por esta zona, se construyó en la época franquista, hacia los años 40, a mediados del siglo XX, para poder defenderse en caso de un contraaque de los maquis, que se supone que podían venir desde Francia. Abandonados a su suerte, finalmente quedaron convertidos en un eventual refugio para pastores, contrabandistas o algún ocasional excursionista. Descendiendo las escaleras, hoy en día cubierta de hojas y materia vegetal en descomposición, es aconsejable que llevemos una linterna o algún otro tipo de luz con nosotros, de otro modo no podremos ver claramente por donde pisamos, las telarañas que pueden haber en nuestro camino, y ni mucho menos parte del fortín enterrado.



Ante nosotros se extiende un corto pasillo construido a base de hormigón, lleno de cascotes, pierras y tierra por su suelo, en cuyo lado izquierdo podremos distinguir dos entradas.


En el primero de los compartimentos, una pequeña cámara para el descanso, hay dos bancales hechos directamente con el mismo hormigón armado que cubre toda al aquitectura. Aquí se podía descansar, dormir o cocinar llegado el caso, y en la pared que hay enfrente de la entrada podemos observar una pequeña oquedad cuadrada forrada de madera que podía ser utilizada para dejar algunas pequeñas pertenencias u objetos. Escrito en tiza, sobre el muro, un críptico mensaje en catalán: "Si heu arribat fins aquí és que esteu molt aprop de resoldre el misteriòs assassinat. Però el culpable no és cap dels vostres sospitosos. És un boig amb una destral. Aquest boig us està vigilant." (Tradución al castellano: "Si habéis llegado hasta aquí es que estáis muy cerca de resolver el misterioso asesinato. Pero el culpable no es ninguno de vuestros sospechosos. Es un loco con un hacha. Este loco os está vigilando.")


La siguiente zona, la zona de guardia, desde donde se podía vigilar y disparar las armas en caso necesario, no es muy distinta a la primera, salvo porque en ella hay la ranura de vigilancia desde la cual los hipotéticos soldados o guardias civiles podían disparar sus armas llegado el caso. Aquí también hay una pequeña oquedad forrada en madera que posiblemente sirviera para poner en ella lo que se necesitase tener más a mano.


Si nos acercamos a la rendija del ventanal, observaremos desde ella el bosque que cubre la zona, que en su tiempo estaba libre de árboles para poder tener una visión mucho más amplia del terreno.


Al salir del búnker de nuevo, ya sólo nos queda avanzar un poco sobre el terreno para poder verlo desde el exterior. Enterrado por el musgo, las hierbas y camuflado entre los troncos de los árboles, únicamente observamos el oscuro ventanal que conduce a su oscuro interior.


Y así, este pequeño fortín, ha quedado olvidado, enterrado por la propia naturaleza, un recuerdo obsoleto de tiempos pasados, relegado de los recuerdos.

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