miércoles, 21 de febrero de 2018

¡FELIZ AÑO NUEVO!... o porque mis 47 tacos me pesan mucho más que mis kilos.



Feliz año nuevo, ¿porqué no? Porque al fin y al cabo mis años empiezan en ese punto anual que alguien marcó como 21 de febrero, aunque el universo hace eras que sigue su camino. Sin embargo, de forma simbólica éste sería mi primer día del año, el día en que nací 47 años atrás, mi feliz año nuevo. Y es si lo miro en perspectiva, si he llegado hasta aquí ya he tenido mucha más suerte que mucha gente que no llega tan lejos, que se queda por el camino, y ya sólo por eso debiera dar las gracias a todos aquellos dioses en los que ni siquiera creo.

Muchos son los cumpleaños, pero la pregunta no es cuántos años hemos alcanzado sino cuántos de estos años realmente hemos vivido. ¿Para quién trabajamos? ¿A quién servimos? ¿Cuántos sueños y parte de nuestra vida dejamos atrás a coste de servir a otros?

Dicen que la edad nos vuelve más sabios. No seré yo quién lo desmienta, porque si bien es cierto que hasta el día de hoy aún improviso constantemente y continúo cometiendo locuras, a lo largo de esta vida he aprendido algo y me he vuelto un poco más sabio. No más inteligente, pero sí más sabio. Y es que realmente algo se aprende de la experiencia, aunque es difícil transmitir a otros aquello que uno ha vivido si esta persona no lo ha vivido por sí misma. Pero bueno, si alguna cosa he aprendido, es que a veces vale la pena arriesgar. Sospesar los pros y contras de todo, pero arriesgar todo cuanto tenemos cuando creemos que vale la pena, aún ante la posibilidad de darse el gran batacazo. Y aprender a levantarse cuando caemos, levantarse y no rendirse jamás aunque desfallezcamos, porque algún día volverá a salir el sol en el horizonte, hasta que la muerte nos lleve.

Dicen algunos viejos conocidos a los que no veía desde hacía muchos años -antiguos amigos, compañeros de estudios, trabajos o aficiones que tuvimos en común-, que, pese a los años, no he cambiado nada, que mi carácter sigue igual, que continúo pensando lo mismo y expresándome igual. Eso es algo que a veces me han comentado algunas personas a las que no veía incluso desde hacía más de veinte años. Una charla de media hora, una tarde o una noche juntos charlando, y creen que no he cambiado porque continúo siendo el mismo. Pero lo cierto es que la vida nos cambia a todos, sino en el carácter ni en nuestras pensamientos, si en el modo de percibir el mundo, las relaciones entre individuos, respecto a la naturaleza o el universo. No somos nada, lo somos todo. Una vela en la oscuridad. A veces no hace falta nada más.

Sí, he cambiado mucho desde aquellos 15 o 16 años en que empecé a “despertar”, por decirlo de algún modo, a rebelarme, a pensar por mí mismo, y aunque reconozco que, en esencia puede que sí continúe siendo el mismo que 30 años atrás, mucho más es lo que he cambiado. Pero nunca he dejado de soñar, no ha muerto la llama, ni el deseo, no ha muerto el motor que me impulsa ni el corazón. Nunca he sabido lo que he querido, quizás porque nunca he necesitado más que ser.

Miro el ahora y miro el entonces y llego a percibir mi yo “de entonces” y mi yo “de ahora” como personas totalmente distintas. Hay una continuidad entre ellas, pero son muchos los momentos vividos y muchas las cosas que cambiaría sabiendo lo que sé, pero nunca me he arrepentido de nada de lo que he hecho salvo una o dos cosas.

Tengo 47 tacos pero aún continúo sintiéndome joven, rebelde, y aún me impregna esa furia que a veces nos embarga y nos hace ir en contra dirección porque creemos que lo que viene en contra no es lo correcto, que tenemos que seguir nuestro propio camino, y no el camino que dictan los líderes, ni las multitudes, ni los rebaños, ni las multinacionales ni la sociedad. Nunca me importó demasiado lo que pensarán de mí cuando era joven, ¿así que porqué debería importarme ahora, que tengo más edad? La gente que me quiere me acepta tal como soy, los que no, siguen caminos distintos; yo no me entrometo en su camino, así que mejor que ellos hagan lo mismo, así habrá paz.

A lo largo de estos años he perdido esa sonrisa característica que siempre me acompañaba, pero, ¡demonios!, vaya si continuamos aún riéndonos en casa, con la pareja, con la familia, con la amistad. Porque el mundo puede doblegarnos, pero ello no impedirá que nos rindamos ni nos sometamos ante aquello que no creemos, porque el sueño más grande que hay en esta vida siempre será nuestra propia libertad.

Así que nada, llevo mis 47 años bien, porque si noto algún peso en la vida que me oprime es más el propio peso de mi cuerpo y toda la grasa que me sobra, que no todos estos años que, aún en los malos momentos, ha valido la pena haber vivido.

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